No sé cuántos compartiréis conmigo la sensación de que Steven Spielberg, el todopoderoso Rey Midas del cine hollywoodiense, hace ya bastante tiempo que se quedó sin ideas brillantes, incluyendo algunos tropiezos que rozaban el cine ridículo (¿alguien ha dicho La guerra de los mundos?) y está bastante desconectado del público, al que no llega como se supone que debería desde Salvar al soldado Ryan (aceptamos Minority Report y Atrápame si puedes como animal de compañía), al menos, en su faceta de director.
Yo colocaría Lincoln apenas un poco por encima de la bochornosa cinta protagonizada por Tom Cruise, en lo que me ha parecido un fallido ensayo cinematográfico, en el que se salta a la torera las pautas recomendables para contar una historia y crea un subproducto que parece orientado a las siestas de los colegiales en clase de un profesor de Historia que ha decidido invertir tres de sus sesiones en proyectar esta película. Yo, personalmente, prefiero las de Troy Mclure.
La película no solo es extremadamente lenta, sino que, además, es completamente verbal. La acción (en el sentido de significados expresados mediante acciones) es prácticamente nula y deja todo su peso en unos diálogos que tampoco brillan con luz propia ni son lo suficientemente interesantes como para mantenernos las dos horas y media pendientes de lo que están diciendo. Además, en el caso del personaje principal, todas sus intervenciones son completamente iguales: anécdota con la que introducir su argumento, explicado, al igual que todos los demás del filme, de manera totalmente explícita.
Su único valor positivo es la increíble caracterización tanto de personajes como de escenarios, manchados por unas actuaciones, para mi gusto, muy forzadas, cerca de la sobreactuación, sobrepasada en muchos de los casos, que no hacen más que reforzar la idea de que estamos viendo una payasada para ensalzar los tan devaluados valores americanos.
No quiero extenderme mucho más con la crítica de esta película, pues ni siquiera ha conseguido marcar en mí ni un poco ninguno de sus mensajes, si es que realmente existen, y os dejo a vosotros la aventura de adentraros en esta obra, seguramente, para conciliar un buen sueñecito.
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